domingo, 29 de junio de 2008
TODOS EN LA MISMA BOLSA
Los valores trascendentes que la Iglesia católica defiende hace siglos, están siendo degradados de tal manera que, a veces, decir que uno es católico es exponerse a ser calificado de reaccionario, cuando no de enemigo de la sociedad.
Si alguien ataca a un integrante de la comunidad judía, sale todo un ejército de periodistas, abogados, funcionarios, etc. etc., a acusar de antisemitismo a quien lo hace, al que puede caberle una sanción penal. Y está bien que así suceda. Porque nadie debe ser atacado o injuriado en razón de su fe. Pero los católicos podemos ser insultados impunemente, tanto en nuestra persona como en nuestro papa o en el mismo Cristo Jesús, sin que la INADI ni juez o fiscal alguno inicie un proceso o diga al menos una palabra.
Para que quede en claro: no digo que esté mal que se defienda al judío, porque yo también lo hago, sólo pido un trato igual para nosotros los católicos.
Hay periodistas que para descalificar la Iglesia dicen simplemente: “La Iglesia no puede hablar porque durante la dictadura, había curas y obispos que bendecían a los que mataban y torturaban” y allí incluyen a todos: también a Angelelli, a Mugica, a De Nevares, a Hessaine. Es como si dijéramos: “El periodismo no puede hablar porque durante la dictadura, había periodistas que elogiaban calurosamente a los que mataban y torturaban”. Así estaríamos olvidando a los periodistas que murieron o desaparecieron y a los que tuvieron que exiliarse o dedicarse a otra actividad porque nadie les daba trabajo.
Como causa de este escenario podemos mencionar, por otro lado, la gran cantidad de personajes nefastos que también defienden –o dicen defender– esos valores. Como esos personajes tienen, por lo general, buena prensa, para el público poco avisado hay una relación hecho-causa. Prefiero no mencionar nombres muy en boga en éstos últimos tiempos y definir lo que digo con el siguiente sofisma: Drácula afirma que dos más dos son cuatro, Drácula es un vampiro, ergo: todos los que dicen que dos más dos son cuatro, son vampiros.
Debemos reconocer, por otra parte, que algunos de esos personajes nefastos se encuentran en el mismo seno de la Iglesia. Entonces, en una suerte de sinécdoque en la que se toma la parte por el todo, se olvidan los cientos de curitas de pueblo que no sólo acompañan a su gente en el sufrimiento, sino que padecen ellos mismos el sufrimiento provocado por la necesidad, la soledad, el abandono; se olvidan los obispos que participan activamente en la vida social y política, interpretando el sentir popular; se olvidan las religiosas y religiosos que elevan el sentimiento profundo de su fe, hacia la construcción de un mundo mejor, más humano y más solidario; se olvida a los miles de laicos que trabajan en la formación, el apoyo y el sustento diario de los más humildes. En pocas palabras: se olvida que Iglesia somos todos.
En ese “somos todos”, debemos incluir lo malo y lo bueno. Porque así como destacamos a los que ostensiblemente muestran al mismo tiempo una pregonada adhesión a la Iglesia y una acción incompatible con ella, también debemos mirar en el interior de nosotros mismos, aunque no seamos personajes públicos.
Porque no siempre actuamos como decimos que hay que actuar. No siempre traducimos en hechos la obligación que tenemos como cristianos. “Muéstrenme sus obras y yo veré su fe” nos dice el apóstol Santiago. No siempre nuestra fe se demuestra con obras. Dicho de otra manera: a veces los ataques que recibimos son por nuestra culpa
Esas obras no necesitan ser grandes. Responder con una sonrisa al mal trato del otro, llevar una palabra de aliento al descorazonado, escuchar al que se siente solo, son acciones que valen tanto como levantar un monumento. Claro que, aunque no lo parezca, son más difíciles de llevar a cabo.
Como vemos, la defensa de la Iglesia está en nuestras manos. Bastará con mirarnos por dentro con la luz de la fe, los demás mirarán las obras que hagamos en consecuencia. Dios nos mirará a los ojos y nos llamará por nuestro nombre. Y eso vale no sólo para los cristianos sino para todos los seres humanos
Quizás estas líneas sean una inutilidad ya que nuestra mayor defensa está dada en ver las capillas católicas que deben ser ampliadas porque no dan abasto para albergar a la gran cantidad de personas que concurren a las misas dominicales, en los millones de fieles que caminan en las cientos de peregrinaciones que se hacen anualmente y en la infinita cantidad de padres que piden los sacramentos para sus hijos.
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