La necesidad que los laicos tenemos de integrarnos a la Iglesia, hace que busquemos, dentro de la parroquia, infinidad de tareas que, la mayoría de las veces, no son sino una prolongación de la actividad clerical.
Tal vez por eso, enredados en las dificultades parroquiales, debemos olvidar o postergar el apostolado (o misión o sacerdocio) que nos es propio.
El mundo está espiritualmente hambriento y sediento pero sin saber cómo satisfacer esa hambre y esa sed.
Nosotros esperamos en la parroquia con los brazos abiertos, quejándonos a veces de la indiferencia del mundo y otras, satisfechos por todo lo que podemos hacer “puertas adentro”.
Y cuando se nos habla de misionar, nos imaginamos golpeando la puerta de nuestros vecinos con intención de llevar la Palabra, tipo Testigos de Jehová o Mormones.
No siempre comprendemos que a veces la misión está más cerca de lo que pensamos: en el comentario de nuestro compañero de trabajo, en la enfermedad de nuestro vecino, en la consulta de un ocasional compañero de viaje… Y que no depende del cura, del obispo o del Papa.
Los carismas son muchos ya casi todos nosotros poseemos alguno, el asunto es encontrarlo y aprovecharlo al máximo.
No siempre contamos con las herramientas necesarias para aliviar al enfermo o consolar al afligido, pero lo que no nos debe faltar es la voluntad de llegar a ellos, acercarnos.
No siempre tenemos la preparación adecuada, la respuesta esperada, pero nunca debemos olvidar que contamos con una ayuda tan importante que, aunque seamos los más preparados, los más elocuentes, los más duchos, nada podríamos hacer sin ella.
Esa ayuda se llama Espíritu Santo.
Si lo invocamos, nada nos afectarán el desprecio y la incomprensión del mundo, sortearemos sin dificultad el dolor de los sacerdotes pecadores, los obispos que prevarican, o los católicos incoherentes con la fe que predican.
Somos una iglesia que peregrina y como tal estamos expuestos a las dificultades del camino. El asunto es tener presente la meta.
Creo que deberíamos plantearnos de una vez por todas, cual es nuestro rol en la Iglesia y luego cumplirlo sin remilgos ni excusas.
Comencemos a ejercer nuestra función de laicos de una manera que parece hasta cont
radictoria:
Independiente y obedientemente.
Cómo se puede ser independiente en el trabajo laical y al mismo tiempo obediente de la jerarquía eclesial, es algo que podremos trabajar en el futuro.
Eso sí tengo que volver a recordar que lo que aquí digo es el pensamiento de un católico (a veces de varios) pero que no necesariamente tiene que ser coincidente con el pensamiento de la Iglesia, por lo que conviene confrontarlo con la Doctrina o consultarlo con el sacerdote.