sábado, 10 de octubre de 2009

SOBRE LA OBEDIENCIA


En estos momentos en que el mundo se debate en una crisis de autoridad, parece anacrónica una de las bases en que se asienta nuestra doctrina católica: la obediencia.
Es que estamos acostumbrados a que esta virtud parezca una imposición diabólica que utilizan los gobiernos más despóticos o los padres más crueles.
No estará de más recordar las palabras que el padre Leonardo Castellani dijera sobre la obediencia.
“La obediencia religiosa es ciega, pero no es idiota. Es ciega y es iluminada a la vez, como la fe, que es su raíz y fuente. Sus dos límites son la recta razón y la Ley Moral.”
Como ya dijimos en otra entrada, la obediencia significa confiar en el otro, en creer que, si no estamos de acuerdo, debe ser a consecuencia de que nos faltan elementos para juzgar lo que es más conveniente.
Y no es fácil confiar porque la confianza está más del lado del sentimiento que de la razón, y hoy la razón es la fuerza dominante.
Si en la parroquia no voy a obedecer al párroco porque “es una persona igual que yo” (aseveración que hacen correr hasta los mismos curas), es hora de irme de esa parroquia o quedarme en una santa espera hasta que los hechos que se van produciendo me lleven a confiar.
Si pienso que lo que el obispo ordena no es lo más adecuado para la diócesis ¿Qué hago allí?
Si no creo que el Papa está iluminado por el Espíritu Santo, quizás sea el momento de plantearnos nuestra fe católica.
Pero como dijera Castellari, la obediencia es iluminada y, en base a la luz que nos da, no debemos callar nuestras divergencias y pedir explicaciones cuando las necesitamos. Pero desde adentro y trabajando.
“…deglutiendo el rencor de las afrentas se formaron los santos y las santas.” Almafuerte.

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